He ido a Madrid. Y he preparado el siguiente artículo para la
revista Alambique del IES Abdera que coordina Isabel, mi mujer. No me resisto a
subirlo al blog.
Martes, 24 de mayo. He terminado de trabajar a las tres. Nada más comer he cogido el coche y, desde Adra, he puesto rumbo al kilómetro 0.
Cuando terminé la carrera hice una tesina titulada “Algunas consideraciones político-filosóficas sobre la democracia”. Quince años después, he realizado mi tesis doctoral sobre el potencial en la educación ético-cívica de las TIC y he iniciado una amplia reflexión sobre cómo las mismas están transformando nuestra forma de vida. Con todos estos temas tiene que ver directamente el fenómeno del 15 M. Desde que apareció en escena con sorprendente fuerza la semana pasada lo he seguido a través de la Red y los medios de comunicación; pero como sus promotores no dejan de advertir que éstos ofrecen sobre el mismo una visión “manipuladora”, he querido vivirlo, aunque sea solo por una noche, allí donde tiene su epicentro.
El trayecto ha durado casi seis horas. He aparcado cerca de Atocha y, en vez de querer hacer a pie el Paseo del Prado y la Carrera de San Jerónimo, ansioso por llegar cuanto antes, he cogido el metro.
Al salir de la boca cuyas bóvedas acristaladas se han terminado de cubrir en las últimas horas con variopintos papeles reivindicativos, descubro ante mí un microcosmos como jamás había imaginado. Me resulta harto difícil dar cuenta en un par de hojas de una pequeña parte de cuanto en él acontece. Hay miles de personas. No sé calcular cuántas con más exactitud. La mayor parte son jóvenes. De éstos, aproximadamente la mitad puede que estén cursando estudios universitarios o los hayan terminado ya. El resto lo componen curiosos, turistas, unos pocos hippies o “alternativos”… En los espacios abiertos se transita con fluidez y aunque la temperatura ronda los 25ºC, no da sensación de agobio. La zona de carpas y lonas se asemeja a un zoco árabe, porque es laberíntica y hay multitud de puestos repletos de enseres de lo más diverso por todos los lados. Tengo la impresión general de estar dentro de un caos en el que todo está muy bien organizado y pronto pierdo la noción del paso del tiempo.
Me dirijo, en primer lugar, a la “Comisión de información”. Pregunto a qué hora es la próxima asamblea y la chica que me atiende como si estuviera en la ventanilla de alguna administración, me responde amablemente que a las diez de la mañana, puesto que la que se celebraba cada día a las ocho de la tarde, se ha “descentralizado”, y ahora tiene lugar en los barrios y ciudades. Lo que sí hay es una especie de foro abierto frente al edificio con grandes carteles revolucionarios al comienzo de la Calle Preciados. En él, distintos oradores u oradoras toman el micrófono para exponer sus demandas.
Por megafonía se oyen cada poco tiempo anuncios sobre varios eventos programados. También se hacen llamadas al no consumo de alcohol dentro de la plaza. Pero la gran cantidad de hombres y mujeres asiáticas intentando vender latas de cerveza, hace a algunos pocos caer en la tentación. Es frecuente ver a alguien liando un cigarrillo con sus dedos. Lo cierto es que salvo en raras ocasiones no huele en el aire a derivados del cannabis.
En cada rincón hay escritas ingeniosas críticas contra los pilares fundamentales de nuestro sistema y sus máximos valedores. Asimismo hay letreros que indican la existencia de talleres artísticos, sala de masajes, huerto ecológico, zona donde se puede descansar o dormir (dentro o fuera de pequeñas tiendas de campaña)… Paso por delante de la enfermería. No hay nadie que requiera atención sanitaria. La media docena de policías apostados junto a tres furgonetas delante de la fachada del Ayuntamiento se muestra en actitud relajada. Un cuarteto emite sonidos con diyididus, en otros corros se tocan tambores africanos, un pequeño grupo asiste a la proyección de un documental sobre la comunidad saharaui.
Dan las doce y se guarda un minuto de silencio en sincronía con las demás acampadas de nuestra geografía. Antes de que acabe la gente alza sus manos y las gira a un lado y a otro. Me habla una jubilada de Gran Canaria que, con su marido, se halla de paso por Madrid: “Es la tercera noche que venimos; nos parece maravilloso y único; nuestro hijo está en Nueva Zelanda, ha estudiado sociología y lo sigue a través de Internet”.
Abandono media hora la plaza para comer algo. Me sale al encuentro un hostal y reservo una habitación, por si acaso…
Cuando regreso me acerco a la biblioteca, formada por tres estanterías llenas de libros, una mesa con prensa del día, butacones, sillas y alfombras para sentarse. Comienzo a redactar este escrito. Al cabo de un rato se acomodan al lado dos españoles que empiezan a hablar alto con dos alemanes sobre nuestras costumbres. Me levanto y continúo deambulando. Charlo con un muchacho sobre cómo puede evolucionar esta acampada. En otros círculos se dialoga en torno a los requisitos que debe reunir una democracia real. Me vienen a la mente recuerdos de lo tratado estos últimos días con mi alumnado en las clases de Filosofía. Escucho las guitarras con letras de cantautores estadounidenses y el Sweet home Alabama versionado por los gallegos de Siniestro Total.
A las tres busco un sitio donde tender la manta que me he traído para dormir un poco. Pero entre el bullicio que no cesa, la excitación mental que me embarga y la responsabilidad que supone el tener que ponerme al volante en cuanto amanezca, me hago cargo de que es mejor desistir y hacer uso de la cama. No obstante me da pena tener que irme.
Nada más tumbarme intento a asimilar todo lo que he visto. Al cabo de un rato, en un estado más bien semionírico, me doy este balance provisional:
Ha sido como un viaje a Utopía. Pero ha tenido lugar a los pies de la mismísima estatua ecuestre de Carlos III. No sé si esta ilusión continuará, si será un germen que va a expandir sus frutos hacia los cuatro puntos cardinales. Más pienso que si se ha hecho realidad esta primavera, a partir de ahora puede volver a reproducirse. Lo mejor es que ha congregado a gentes con mucha calidad humana y con muchos proyectos y sueños. Unos los comparto y otros no. Sin embargo creo que merecerá la pena acudir de nuevo a su llamada cada vez que traten de lograr que quienes gestionan la política, la economía y nuestra cultura se avengan a construir con la ciudadanía un mundo mejor.