El pasado sábado 9 de junio tuvo lugar uno de los acontecimientos
más graves en la Historia de España desde la llegada de la democracia.
Los ministros de economía de la Unión Europea, a través de una teleconferencia,
acordaron inyectarnos hasta 100.000 millones de euros para subsanar los
problemas que tiene nuestro sistema financiero. Sin este gesto, los mercados
internacionales nos habrían dado la espalda y habríamos caído, en cuestión de
horas, en la quiebra económica. Lo peor, no obstante, creo que es lo que
ocurrió al día siguiente. Me refiero al hecho de que el Presidente del Gobierno
considerara la actuación como una gran victoria en una dura pugna que, al
decir en los titulares de El Mundo el lunes 11, habría tenido su momento
culminante en el envío de un SMS de Rajoy a Guindos ordenándole que aguantara, que
esto no es Uganda, y amenazara a Europa con pedirle un rescate de 500.000
millones para que la moneda única no se fuera a pique. O como el resultado del diligente cumplimiento de las
tareas impuestas en materia de recortes y contención del gasto. O como
el otorgamiento de un crédito en unas condiciones muy ventajosas para
que nuestros bancos vuelvan a tener liquidez, y así, podamos disponer
nuevamente de dinero para las empresas y para las familias. Todo esto,
acompañado de su asistencia en Polonia, junto con los Príncipes y la comitiva
propia de estos casos, al partido de
nuestra Selección con la de Italia. Porque, ¿qué pueden pensar al respecto
nuestros socios comunitarios y el resto del mundo? ¿Tal vez que en unos
momentos tan comprometidos lo que mejor podría haber hecho nuestro Ejecutivo es
mantenerse reunido en un gabinete de crisis? ¿Tal vez que en lugar de expresar
agradecimiento lo que hacen nuestros dirigentes es ponerse fanfarrones y
pretender quedar como héroes en lugar de villanos? ¿Tal vez que la impresión
que se va a generar entre la población es que pronto vamos a poder pedir
préstamos para invertir en una segunda o tercera vivienda (ahora que están a
buen precio), para cambiar de coche (aunque sólo tenga cinco años), o para
irnos de vacaciones a la playa? Si yo fuera, por ejemplo, alemán (y viví seis
meses en Leipzig, una ciudad industrial de 500.000 habitantes, dedicada a la
industria y el comercio, con el aeropuerto a media hora de coche, compartido
con la ciudad de Halle) y tuviera que
levantarme a trabajar con 10 bajo cero en el mes de marzo en un minijob –al igual que el 20% de mis
paisanos-, viviendo en un piso de alquiler, para tener 10 días de vacaciones y
un solo día de Fiesta al año en el semestre de verano, me fastidiaría bastante
ver como una cantidad importante de lo recaudado a través de mis impuestos va a
parar a un país en manos de unos representantes políticos como los aludidos,
con un sistema bancario cuyos responsables, aunque hagan quebrar una entidad,
puedan irse con pensiones vitalicias multimillonarias, y con una buena parte de
su población que prefiere vivir de subsidios o ayudas de distinto tipo, antes
que aceptar trabajos en los que el sueldo no llegue a los 800 euros al mes. En
fin, que si queremos seguir en Europa, y que si Europa va a contribuir a ello
con una considerable ayuda, rescate o como lo queramos llamar, lo menos que
podríamos hacer es exigir a nuestro Gobierno y a la oposición que estén a la
altura de las circunstancias y dejen de actuar en función de intereses
partidistas, que nos informen fidelignamente y no pretendan desviar nuestra atención
hacia el fútbol o el tenis en momentos cruciales, que empiecen a demostrar a
quienes nos vigilan por la cuenta que les trae, que están dispuestos al
sacrificio económico, poniéndose ellos como punta de lanza (bajándose los
sueldos como ha hecho Hollande en Francia, eliminando duplicidades y asesores,
etcétera, etcétera, etcétera…) Por lo demás, no nos vendría nada mal a todos
una buena cura de humildad y poner en práctica, ahora más que nunca, ese viejo
refrán que dice que “De bien nacidos es ser agradecidos”.